Cuando uno nace para pelear, tiene que pelear. Esa es la naturaleza del gallo, o al menos así lo piensan los isleños en Providencia. Este tipo de pollos se caracteriza por su agresividad y por tener un fuerte sentido de la territorialidad. Es un luchador que no tiene instinto de supervivencia, y luchará hasta la muerte. Por eso el isleño no siente remordimiento a la hora de participar en este tipo de espectáculos, al fin y al cabo, es el destino.
El espectáculo comienza a las doce de la noche, en la puerta de la gallera, además de vender la entrada a diez mil pesos, venden empanadas, pasteles, gaseosa y cerveza. A la derecha está la puerta de ingreso, un marco algo caído es el soporte de un isleño quien guarda la entrada con recelo y examina con detenimiento el papel rosa que dan en la taquilla. Con un marcador raya los antebrazos y da la bienvenida.
Una vez dentro de la gallera el ruido es ensordecedor, el bajo de los altavoces parece que no da más, y alguna que otra vez se puede escuchar la canción en pista, lo más seguro es que sea un reguetón. Hay quienes intentan comunicarse a todo pulmón. Están los otros que prefieren las señas y la expresión corporal. Los gritos se mezclan entre las notas distorsionadas de la música, y no hay quien entienda cómo los isleños pueden comunicarse, tomar decisiones y apostar.
En las afueras de la gallera el resonar de las motos no se detiene. La gente entra y sale. Es un espectáculo mayoritariamente de hombres pero se puede ver una que otra mujer. Los dueños de los gallos caminan de un lado para el otro, mientras a su luchador le amputan la falange trasera, justo en donde termina el tarso de la pata. Pronto tendrá una uña más poderosa, una recubierta en metal y tan afilada que podrá apuñalar a su contrincante con facilidad. El gallo, a diferencia de otros animales, utiliza su arma para matar y punto.
Una vez atado el puñal a la pata del gallo, son varios los que pasan inspeccionando el animal. Quieren verlo parado. Se toma al gallo de los lados y se suelta a una altura de 10 centimetros del suelo varias veces. Quieren ver los reflejos del emplumado. También lo empujan de un lado al otro para ver el baile que tiene en las patas, como si de un boxeador profesional se tratase. El show pareciera una guerra entre gladiadores. El ambiente de pelea, como en todo rin, está asegurado.
Mientras los altavoces retumban con toda fuerza, las apuestas comienzan. Se reparten billetes aquí y allá, hay quien después de entregar su apuesta se frota las manos y sonríe, como si estuviera seguro que su gallo ganará. A pesar de la música, nadie baila, todos miran atentamente cada rincón de la gallera, cada persona, y sobre todo, cada gallo. Se realizan las apuestas en el centro del rin y la gente comienza a tomar asiento. De un momento a otro el silencio se apodera del lugar, la música deja de sonar, la gente guarda silencio, el sonido de las motos desaparece y comienza la feroz pelea.
La atención se concentra en el centro de la gallera, el aleteo y los saltos desorganizados de los gallos es lo único que se escucha. Este animal es un peleador excepcional, sus golpes van por abajo y al pescuezo, pero también ataca por encima. Los pollos más apreciados son aquellos que pueden hacer los tres golpes. Para quienes desconocen de este tipo de arte, resulta difícil entender qué tipo de peleador está en la arena. Pero los que saben, entienden si están frente a un Bruce Lee o un Muhammad Ali. Así de diferente pueden ser los estilo de pelea en cada gallo.
De vez en cuando alguien tira un gemido de apoyo. Se ve uno de los gallos arrinconados contra la pared, el aliento después de casi diez minutos empieza a recaer. El dueño del gallo mira sin perderse ningún movimiento, sabe que si no para la pelea, pronto perderá no sólo el dinero apostado, sino el gallo también.
Una vez se da terminada la pelea, el DJ da “play” y el reguetón comienza a causar los efectos entre los afectados. Rápidamente pasa el dolor y el gallo moribundo abandona el complejo entre las manos de su dueño. Terminará en una caja luchando por sus últimos alientos, mientras se prepara la siguiente pelea.
“Gran pelea, gran pelea,” le repiten al difunto gallo…