Basel y Freiburg se encuentran separados por tan solo 70 kilómetros. Son las dos ciudades más grandes ubicadas cerca a la frontera entre Alemania y Suiza. Si se transcurre desde una a la otra se ubican en el medio una gran cantidad de pueblos y ciudades pequeñas que diariamente mantienen flujos entre los dos países. En esta zona, que además es también frontera con Francia, se suele decir: “vive en Francia, trabaja en Suiza y compra en Alemania”. Dicho esto, es fácil imaginar el gran flujo de personas y mercancías que entre estos dos países transcurren.
Al comienzo de la pandemia, Alemania se convirtió en el ejemplo de cómo mantener bajo control una problemática de estas dimensiones. Sus contagios no eran elevados y sus muertos pocos. Era, si se quiere decir, la envidia del mundo. Poco a poco las circunstancias comenzaron a cambiar y con estas la vida. Los niveles de infectados comenzaron a incrementarse y el mapa mostraba a una Alemania en color rojo oscuro. El uso de mascara se convirtió en obligatorio. Áreas de grandes ciudades como en el casco antiguo de Freiburg decretaron el uso de la mascara en espacios abiertos. Agentes de policía patrullando las calles no dudaban en llamar la atención a quienes no cumplieran la orden.
Mientras los hospitales se llenaban y los contagios comenzaban a subir de manera exponencial, Alemania decidió extremar las medidas mientras que Suiza las sigue manteniendo más flexibles, sin embargo éstas no han tenido el efecto esperado como así lo dejó saber el Gobierno suizo el día 11 de Diciembre “El nivel de infecciones por coronavirus sigue siendo alto y en algunos cantones está aumentando nuevamente (…) Los hospitales están cerca de sus límites y el personal de salud está bajo presión. La situación es inquietante”. Mientras que Alemania cerraba restaurantes, bares y servicios que no fueran esenciales, en Suiza el Gobierno decidió que desde el 22 de Diciembre se cerraban restaurantes, establecimientos deportivos, culturales y de ocio.
Así, la vida cambio en un lado y en el otro.