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Hace una semana recibí la llamada de Dexs: “Perrito, voy a pintar un muro en el Santa Fe, ¿se viene o qué?”. El barrio Santa Fe es uno de esos lugares que la mayoría de bogotanos no conocen o no quieren saber nada sobre éste. También se distingue este sector como la “zona de tolerancia”. En el Santa Fe la prostitución, las “ollas” y la miseria son el reflejo de una realidad que azota a cientos de colombianos. Quien decide adentrarse en sus calles se encontrará con una arquitectura desgastada y carcomida por el tiempo, dejando la estampa de un barrio sombrío. Le contesté a Dexs: “!de una! Nos vemos mañana”.
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Al otro día estábamos en la calle 24 con carrera 19 a las 9:00 de la mañana recolectando pinturas, cargando andamios y aerosoles. “Mire, ese es el boceto del grafiti” me dijo Dexs mientras sacaba tarros de pintura y organizaba su improvisado taller. Tomé el papel y lo observé. El dibujo me parecía una cosa imposible de hacer, pero al fin y al cabo, yo no era quien iba a pintarlo.
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Dexs empezó a tirar líneas en la pared. “¿qué hace?” le pregunté. Me sentía como un niño haciendo preguntas que comenzaban todas con la preposición por y el interrogativo qué. Tenía varias preguntas que me hubiera gustado hacer, si no fuera por lo irrelevante que éstas eran. Pronto entendí que estaba en un mundo totalmente desconocido. “Estoy haciendo el boceto para lograr la proporción del dibujo” me dijo Dexs. Para mi cada línea que él hacía era rara. Pensaba: “uy! la cagó con ese trazo”, pero aquello que parecía una cagada luego empezaba a tomar forma, se convertía en una sombra, en un brillo. De repente, todo en su conjunto comenzaba a tomar forma.
Noté que documentar la elaboración de un grafitti no era tarea fácil. Un solo punto, una pared, un sujeto, una temática. Mis movimientos estaban restringidos desde donde empezaba hasta donde terminaba el grafiti.
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Me fui a la tienda ubicada frente al muro. Se leía en un letrero a su entrada: “Donde Doña Doris”. Entré y saludé a la mujer que atendía: “¿Buenas tardes, es usted doña Doris? Le pregunté queriendo hacerme el gracioso. “No, yo soy Sandra”, me respondió. Al ver que no había otra persona en aquella tienda, preferí dejar el chiste de doña Doris a un lado. “Me regala un tinto, vecina, por favor”. Doña Sandra tomó el termo lleno de tinto caliente y miró fuera de la tienda. “¿Qué van a hacer allá?” me preguntó. Después de contarle la idea, me miró con ternura, inclinó la cabeza hacia la derecha y la comisura de la boca empezó a inclinarse hacia arriba. Sonriendo me dijo: “Aquí está su tinto joven, son 600 pesos”.
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Me senté justo a la salida de la tienda a mirar el tiempo pasar. Veía como Dexs pintaba el muro con vinilos bajo la mirada atenta de los vecinos, quienes se acercaban con curiosidad. Al verlo concentrado pintando, la gente prefería acercarse a donde me encontraba sentado yo para expresar lo bien que nos estaba quedando el grafiti!. Mis respuestas generalmente eran las mismas: “!muchas gracias vecina!” o “!muchas gracias vecino!”. Había quienes se tiraban con preguntas más específicas a las cuales yo no tenía respuesta: “humm… pues pregúntele a él, que es quien está pintando y sabe más”.
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“La vida pasa como cuando se crea la obra de una artista” pensé al ver lo que ocurría frente a mis ojos. Luego cerré aquél pensamiento con otro más poético: “qué sandeces estás pensando”. No obstante, no estaba lejos de dar con la idea. Sí, era cierto. Mientras Dexs tiraba pintura y aerosoles por un lado y por el otro, muy diversas eran las personas que se detenían o echaban un vistazo a lo que él estaba haciendo. Así que me senté en el andén y empecé a prestar atención a lo que la gente decía: “uy parcero, qué chimba de trabajo… muy chimba, a lo bien que en la buena cucho!!!”. Otros le jalaban el brazo a su pareja susurraban: “!mira qué lindo!”. Percibí que aquél grafiti llamaba la atención de muchos de los transeúntes. Observé que mi trabajo era precisamente ese: documentar a estas personas que pasaban e interactuaban con el grafiti y con el artista. Mientras la obra iba fluyendo la vida iba pasando. Fueron cuatro intensos días de trabajo que me dieron suficientes elementos para entender un poco mejor el barrio Santa fe.
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Ubicados entre la carrera 19 y 18 con calle 24, detrás del muro donde Dexs tiraba pintura, queda el cementerio central. Al lado izquierdo del muro iría la silueta de una bella mujer y al otro lado una calavera. “¿Cuál es el concepto de este grafiti?” Le pregunté. Me respondió: “es una bolsa de basura que se rompe y suelta el grafitti. Al lado izquierdo es lo bonito, lo que la gente le gusta del grafiti. Al lado derecho es lo feo, o lo que la gente entiende por “feo” de esto”.
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Decidí entonces retratar la vida frente al graffiti. Lo realmente sorprendente para mi no fue el grafiti en sí, sino las diferentes reacciones de las personas que por allí pasaban. Me alegraba ver que yo no era el único en abrir los ojos o fruncir las cejas frente a cada línea de color que sacaba Dexs. Me entusiasmaba ver a este artista urbano manejar los aerosoles de una forma tal, que nunca hubiera imagino se podía pintar de esa forma. Cada trazo tiene una técnica en la que influye la distancia que hay entre el muro y el aerosol, la boquilla utilizada y el movimiento de codo o muñeca que se haga. Quedó claro que hacer un grafiti no era un simple “pishhhhhh” y ya.
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“Oiga, hermano, ojo con esa cámara que allá en la esquina lo están pistiando” me dijo un buen vecino. Lo que el buen samaritano no sabía es que no sólo en esa esquina nos estaban “pistiando” sino en todas las esquinas nos “echaban” el ojo. No era difícil darse cuenta de que éramos un blanco perfecto. Parejas pasaban una y otra vez. Luego jóvenes en bicicleta, iban y volvían. Llegó la segunda advertencia: “Ojo hermanito que allá le acaban de tumbar la cámara a un man”, un fotógrafo se encontraba registrando el proceso de otros grafitis que se estaba elaborando en la misma calle y “perdió” como así sentenció un bachiller de la policía que nos contó el chisme. Pero esto hace parte de la vida diaria del barrio y los vecinos han aprendido a vivir bajo la amenaza constante de que lo “hagan perder” a uno.
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En uno de esos días me senté bajo la sombra de un enclenque arbusto. Levanté la mirada hacia arriba y vi que una pequeña agenda descansaba en las hojas de aquél matorral. Me levanté con la intriga de quien descubre un tesoro. Tomé aquél libro azul y lo abrí. Su primera página me tiro al suelo con un desanimo descontrolado. Era el antiguo testamento. Bien había hecho aquella persona en dejar tan sagrado libro olvidado en aquél matojo. En esas pasaba un habitante de calle cargando una carroza: “¿pelao, me va a regalar ese libro?”. Lo miré y le contesté: “es la biblia” esperando que aquél hombre saliera corriendo con el mismo ímpetu que yo tenía de tirar aquél cuaderno a la mierda. Pero lo que aquél hombre me respondió hizo que le diera no solo el libro, sino también dos peches. “mejor cucho, ese papel es el propio para el baretico”, así que con la venia, le di la biblia para que se pegara sendos porros y los acompañara con los cigarros que le había dado.
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Y así, entre tiendas con música a todo volumen, borrachos, flores para los muertos, dolientes por la perdida de sus seres querido y habitantes de calle consumiendo basuco tras sus carrozas, el grafiti empezaba a tomar forma.
En un momento vi que Dexs sacó de la maleta una especie de cartones. Me acerqué y vi que era una paleta de colores. Dexs mezclaba vinilos como si de un pintor se tratase, le ponía el dedo meñique en la muestra para luego levantarlo apuntando al cielo y seguidamente decía: “Este es el color”, para luego pasar a pintar aquella parte del muro con aquél específico tono.
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Fueron cuatro días de consumir una información a la que no se tiene fácil acceso. Fueron cuatro días de trabajo duro que nos ofreció la oportunidad de entender las miserias y penurias en las que viven muchos colombianos y colombianas en el centro de Bogotá. Cuando todo terminó, de camino a casa y llenos de pintura, un habitante de calle nos paró y dijo: “gracias artistas, a lo bien que gracias”.
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