El 26 de septiembre de 2016 era sin duda una fecha que marcaba un antes y un después. Muchas y muchos pensamos en el fin del conflicto armado en Colombia. Era algo increíble pero allí estaban, firmando la paz.
Colombianas y colombianos asistimos a grandes plazas en todo el país para celebrar la firma de lo acordado en la Habana. Sentíamos la brisa fresca de aquél soleado día que se pintó de fiesta y sonrisas. Aquél 26 de septiembre, y por primera vez, muchos jóvenes tuvimos frente a nosotros un futuro distinto.
Pero a pesar de aquél optimismo, estábamos -sin saberlo- como aquél que aulló con los lobos pensando que así no se lo comerían. Y mientras mirábamos el futuro, la paz se alejaba poco a poco detrás de nosotros.
Un gran “ay!” nos recorrió el cuerpo el 2 de octubre de 2016, cuando colombianas y colombianos salimos a votar para refrendar aquella firma que tanto nos hizo sonreír. En las calles, en las casas, en las voces y en las miradas el temor y la pena se empezaba a apoderar del alma de muchos ciudadanos que vieron muy cerca la paz, que la sintieron en la yema de los dedos. Fueron nuestros mismos hermanos quienes nos quitaron aquél caramelo que tanto queríamos. Fueron más los que le dieron la espalda a la paz. Un gran “NO” se precipitaba en las portadas de todos los periódicos del mundo, y pocos podían asimilar que el pueblo colombiano dijera NO a la paz.
La angustia y los llantos se tomaron el país, aquellos que votaron por el SI sentían que algo había muerto. Por tres días en las calles de Colombia muchos deambulaban como zombies, sin todavía entender qué había pasado. Pero de aquella tempestad surgió la “Marcha Universitaria por la Paz”, teniendo como punto de partida la unión, la eliminación de diferencias, la diferenciación de lo político y lo humano. La paz es un bien común, no importa si se es del SI o del NO.
Y en silencio prosiguió la manifestación, recordando aquella de 1948 en la que Jorge Eliécer Gaitán le reclamó al Gobierno por la violencia ejercida contra el partido liberal. El silencio dio paso a la reflexión de lo que estaba pasando en el país, y fueron las víctimas en aquél momento quienes nos recordaron el número de muertos que le ha costado a Colombia la guerra.
Aquella fiesta del 26 de septiembre se tornó el 5 de octubre en un clamor por la paz, en gritos de silencio, en suspiro de angustia y de temor, pero también de esperanza y de unión. Fue el día en que se le dijo a la casta política colombiana que no queríamos más guerra.
Sin embargo, somos muchos los que hemos experimentado la decepción, porque como mi abuelo dijo algún día: “cualquier situación es susceptible de empeorar”. Por eso la reflexión se hace imperante, pues evitar que caigamos en las sombras de la guerra debe ser una prioridad para cada colombiano y colombiana. Es momento de dejar nuestras diferencias a un lado, y poner a los actores políticos a jugar a la paz y no a la guerra. Porque si ellos no pudieron, en la calle nosotros lo haremos.